miércoles, 12 de febrero de 2014

Palabras que debes decir.

Las decisiones más difíciles son las que no quieres tomar.

Ese momento, ese terrible momento en el que tienes que decidir… y tragas saliva y dejas que tu lógica actúe y arrincone al corazón en una habitación oscura. El pobre se queda ahí, sangrando y apaleado, gritando cosas que se reducen a susurros tras la firme voz de la razón. Porque contra la verdad no se puede pelear y los hechos son los hechos. Hay cosas que son mejores que otras… alternativas a las que uno no debe decir no.

Y duele, y el pecho se te parte, y dejas que tu mente lleve el peso de todo. “Dile lo que debes decir” Te repites. “Dilo.”

Y lo dices. Lo dices mientras oyes dentro de ti al corazón enfurecerse y sacar fuerzas de las raíces más instintivas que tenemos. Grita el pobre y patalea. Y llora mientras se deja la voz. Pero tú aún así lo dices. Porque es lo que debes decir.
Le miras a los ojos: “Debes marcharte”.

Y te guardas el dolor, y no le dices que cuando lo haga morirás un poco. Que cuando lo haga sentirás pánico, y te costará respirar. No le dices que el único momento del día en que eres tú misma es cuando él está cerca. Ni tampoco mencionas que lo único que te asusta de verdad es su ausencia. Y guardas silencio, mientras te aterra la idea de no volver a ver sus ojos, o de saber que el sonido de su risa pronto se convertirá en un recuerdo. En un sueño que intentaste disfrutar más tiempo del debido y que por eso se desvaneció. Te callas y lamentas la fragilidad que se adueña de ti, sólo por pensar que se aleja, y que su piel y su olor y sus labios y su sonrisa dejarán de formar parte de tu vida.

“¿Qué vida?” Te preguntas. “¿Qué vida me va a quedar?”

Tragas, y repites: “Debes marcharte”

Y tras eso, te calzas la coraza.

Una y no más.
Jamás volverás a caer en nada parecido.

Nunca.


Alba Rosillo Llamas

viernes, 23 de septiembre de 2011

Homogeneidades.

¿Cómo puede llegar una persona a cambiar la concepción de tu vida? Sin quererlo. Esa es la única respuesta posible. Porque cuando alguien quiere hacer mella en ti, un dispositivo se dispara dentro nuestra y nos pone alerta, a la defensiva, y preparados para atacar si es preciso.
Si esa alerta no se dispara es porque tú no percibes que alguien quiere entrar en tu entorno. Hay personas, que son -simplemente- empujadas hacia él. Y esas, son las que operan el verdadero cambio. Gente que llega a un punto sin saber cómo, y encuentra que ahí está bien, que esa persona nueva en tu vida debe estar ahí. Si pasa el tiempo suficiente y echas la vista atrás, no comprendes cómo has podido llegar a entrelazar tanto tu vida con la de la otro ser. No señores, no hablo de amor, hablo de amistad. 
Hablo de amigos en los que no ves un principio claro. Buscas un momento en el que decidiste confiar, y entregar tus secretos y no lo encuentras. Puede que una tarde, puede que quizá otra... pero no hay un principio. No existen flechazos en las amistades verdaderas, porque se forjan, sin más, a lo largo de momentos insignificantes que hacen un todo inmenso, que se alza a nuestras espaldas y nos proporciona cobijo y seguridad, porque sabes que alguien va a estar ahí para oírte lloriquear. No buscarás en esa persona un buen consejo, ni un buen abrazo, ni ninguna cualidad en particular... porque tú no escogiste a esa persona. Así son las cosas, está en tu vida, y la aceptas porque así es, y así debe ser. No te convenzas de que si encontraras a una persona parecida, tendríais una amistad similar, porque esa amigos, es una enorme mentira. Puedes encontrar a cientos de personas similares en gustos, costumbres y manías, pero tú ya tendrás un alguien, y lo demás sólo serán vulgares imitaciones. Hay personas insustituibles, que lo son sin que lo hayas decidido. Nunca le has otorgado un puesto especial, pero lo tiene. Son personas empujadas a tu mundo, que encuentran que ahí están bien y se quedan junto a ti. Se fusionan con tu vida y crean una masa homogénea. 

Ahora seiscientos sesenta kilómetros, separan su casa de la mía. 
Pero las homogeneidades no pueden separarse.

martes, 20 de septiembre de 2011

Pinceles en París.

Un aristócrata pinta sobre un lienzo mal tensado. Como aprendiz está ilusionado, y como pintor, tan triste como un día gris. Los colores no se mezclan como debieran, sus pinceles de calidad, están despeinados por el mal uso. Monsieur Mont mira sus dedos, finos y blanquecinos, y piensa que no están hechos para la madera, la tela o el aceite. Suspira mirando su torpe creación. Sonríe juzgando su primer lienzo. Mira en derredor: unas tijeras abiertas están no muy lejos de allí, reflectando el sol de una tarde parisina. La madera castigada de la mesa, lejos de brillar, parece melancólica envuelta en su tono mate.
Monsieur Mont dirige su mirada más allá del vano de la ventana y observa su casa girando tímidamente la comisura de la boca. La opulencia de aquel château rallaba el absurdo, pero en la distancia, la residencia del aristócrata callaba silenciosa y elegante. Bajo sus techos, estos gritaban escandalosos pidiendo la sencillez que le había sido arrancada.
"No puedo creer que no pueda pintar allá" Se dijo antes de retomar su pincelada añil.
La estancia tenía polvo, que sin ser notado, se depositaba en el atuendo aterciopelado de monsieur Mont. Los cuadros que ocupaban los rincones del cubículo, también tenían polvo, que -por suerte- ocultaba parte de las horrendas pinturas que descansaban en los lienzos industriales, tensados con precisión.
Ninguno era bueno, y ninguno lo sería: los cuadros de monsieur Mont no embellecían el mundo, pero él era feliz así, notando que su mano dejaba huella en la tela empapada. Cien personas le habían pedido que abandonase aquel vicio, y a cien había ignorado. El aristócrata, aún sintiéndose decepcionado por su escasa calidad de artista, llenaba lienzos con manchas que él interpretaba a placer. Y sólo podía hacerlo en una estancia sucia y húmeda, lejos de los lujos que guardaba su hogar.

Lejos, una mujer creía a su marido rodeado de filósofos, frente a un té servido en porcelana pintada, o puede que bañada en oro. Se levantó de la mecedora para girar levemente hacia la izquierda un jarrón de plata grabado, y retomó su lectura. Sus amigas estarían orgullosas de la blancura de su piel, que jamás adquiriría el vulgar tono tostado de la de un campesino. Pronto su marido llegaría a casa, cuando la cena estuviese casi servida, y ella le contaría las últimas nuevas. Él las escucharía en silencio, agradecido por la vida de lujos que les pertenecía por derecho.

lunes, 19 de septiembre de 2011

El valor de ser poeta.

Hablaba hace poco de lo caprichoso y enrevesado de las palabras, y de como giran voluptuosas, retando al escritor a domesticarlas para poder contar lo que realmente quiere contar. "Ser escritor es un suplicio" decía yo. ¿Lo es? Sí, no he cambiado de idea, claro que... en fin, siempre hay un pez más grande en el mar. Lo que quiero decir en realidad es: si ser escritor es complicado por la cantidad de palabras con las que tienes que tratar, ¿cómo es ser poeta?
Ellos, y no me incluyo en el tormentoso mundo bohemio, no tienen cien palabras, tienen diez. Eso debe ser exhasperante: contar con diez únicas oportunidades de hacer de tu creación una obra digna de mención. Tiene que ser un desasosiego espiritual, saber que en algún lugar de tu cabeza, del diccionario, o en alguna boca no muy lejana, está la palabra que buscas, pero que se burla de ti no dignándose a aparecer. Un poeta debe tener, por pura matemática, un conocimiento lingüístico mayor que un escritor. Aunque en lo que es la práctica... ¿no usan, acaso, menos palabras? Ser buen escritor -por esto- me parece más fácil que ser buen poeta, del mismo modo que es más fácil ser buen periodista que buen químico. La clave, creo, radica en la precisión y en si le das o no el valor que se merece. Mi poema favorito visto desde mis ojos, es tan brillante como la luz, y tan perfecto como una esfera. No cambiaría ni una sola palabra; no un tono; no una coma. Los versos empiezan y acaban solos, y parece imposible terminar de recitar uno y no continuar con el siguiente.
Estamos de acuerdo en que los elementos de un escritor y un poeta son los mismos -letras, palabras-, pero por temas de cuantificación, dos palabras estropean un poema, y no un libro.
Me consuelo pensando esto, ya que, si no digo lo que que debo decir como debo decirlo, mis personajes harán el trabajo por mí.

sábado, 17 de septiembre de 2011

Lo innato es incontrolable.

Ser escritor es un suplicio constante. Un dulce suplicio con altibajos a cargo de las llamadas musas. Tan pronto no puedes dejar de teclear, como después sólo pensar en ello te produce nauseas. Opino que toda obra cuyo título pueda ser escrito con mayúsculas debe tener varios pasajes sufridos, que hayan costado sudor y lágrimas. Eso es ser escritor: sudar y llorar.
Tecleas. Es un ruido constante, sordo y desquiciante. Pero saca algo de tus entrañas. Una sensatez desconocida que emerge desde una conciencia dormida, hasta llegar a la más brillante revelación. Y pares. Pares letras primero, palabras más tarde y frases después. Y sabes que llegarán a alguna parte, pero no sabes exactamente a donde. Bueno, los más experimentados sí lo saben, porque eso son, expertos, y tienen tanta confianza en su prosa pueden llevarla a donde quieren, no obstante... hay algo que no me diferencia de ellos. Ni a mí, ni a ningún escritor: y es que es cierto que puedes saber a dónde llegar; saber dónde terminará el camino de tus letras. Pero nunca se sabe exactamente cómo llegar ahí. Porque el camino lo hace cada palabra, y las palabras son innatas, y lo innato es incontrolable.
Y así es la prosa de un escritor, incontrolable.
Por eso ser escritor es un suplicio constante. Pero un dulce suplicio con altibajos, que hacen de esta profesión un lugar en el que guarecerse cuando fuera hace frío.
Allí estarás caliente, aunque te acompañe un ruido constante, sordo y desquiciante.

jueves, 15 de septiembre de 2011

Pura escritura.

Voy a relegar este abandonado blog a fragmentos de pura literatura, y eliminar sandeces como reflexiones de películas. Así son las cosas y lo lamento.
Este verano no ha sido fácil, de verdad que no lo ha sido. Me pesaba en el alma haber dejado de lado el blog, pero no quería retomarlo. No tiene una temática y es, por demás, inconexo. Me enfadé conmigo porque perdí de una manera tormentosa el objetivo de ese site, que era aprender a escribir.
Cuando me ficharon el blog no cabía en mí. Pensé: "soy escritora" y me consolé con aquella esperada afirmación. Pero no me sentía escritora porque tras un fracaso tras otro, y dos novelas inacabadas, ya no te sientes parte de nada. He invertido mucho esfuerzo en Teilnok, y me gusta lo que está resultando, pero mis musas han huído, y me sentí estúpida al pensar que me sentí escritora por un momento.
Luego volví al blog y leí opiniones en vez de literatura y me enfadé. Me dije: "déjalo", y así lo hice. Quiero tener las cosas claras a la hora de escribir, y no las tenía. Así que voy a abrir un blog para esas sandeces. Sandeces como la última película que he visto, o lo que carajo sea un ebook, pero no aquí. Hay buenos post, como "números", y no quiero mancillarlos.
Al no tener temática, este blog no podría llegar lejos. No sé como no lo vi antes. Cierto que hay gente que tenía buenas opiniones de él, y no las critico. Simplemente soy coherente: con un blog que no hable de NADA EN PARTICULAR, no llego a ningún sitio. Y yo no soy experta en NADA EN PARTICULAR, así que no puedo ser coherente. Eso es todo.

Voy a borrar los post que no encajen aquí, y comenzaré un blog informal en el que no desvariar con el castellano.
Así son las cosas y lo lamento.

jueves, 30 de diciembre de 2010

Reflexión.

Un espejo de clara superficie y tenue resplandor, que en la noche parece brillar a cada gota que cae fuera. Porque fuera todo cae. Siempre cae. Aquí dentro cada cosa tiene su lugar, y cada lugar su rincón, cada alfombra su suelo, y cada objeto su cajón.
Unos zapatos esperan frente a la puerta, durante lustros, a cantar con sus tacones. Pero no cantarán. Son tacones de otra época, que esperan a la mujer que los calzaba que ya no está. Hay otra ahora, otra nueva con los mismo rincones, cajones y lugares que la otra.
Los libros se desordenan a cada segundo que pasan cogiendo polvo. Sólo hay uno que resiste fuera, que no cesa de ser leído, y que una y otra vez repite con salmodiante disciplina lo que ha de decir. No dice más, aunque la mujer espera que lo haga. Sólo dice lo que debe, y no debe mencionar más porque para eso fue escrito: para no ser leído entre líneas. Las exhaustivas descripciones la transportan una y otra vez a un lugar en el que ya estuvo. Un lugar que conoce, odia y adora en iguales cantidades. Es un lugar dónde ha sufrido y ha sido feliz. Un lugar donde el tiempo pasa, pero da igual que lo haga, porque allí los días no se acaban nunca. Todo sucede porque debe suceder y parece que no hay opción a decidir qué será lo siguiente. 
Nada queda tras él, ni delante de él. Sólo debajo, muy por debajo, aparece alguien hastiado de sí mismo y de su vida, pendiente más de sus sueños que de su realidad. Perdido bajo una inmensidad de humo que pesa cual acero. Ese alguien teme por encima de todas las cosas perder el peso que supone la nube que flota sobre sí, que la oculta, que la mengua y emborrona... y que la hace feliz. 

En la habitación nada sucede. Todo es corriente, pero todo parece expectante y nervioso a que algo suceda. Pero nunca pasa nada. 
Fuera llueve, y el espejo resplandece un poco más, y refleja lo de siempre. Una mujer que también espera algo, igual que los libros y que los zapatos. Espera que alguien vuelva, pero nadie vuelve porque nada ocurre allí. Quizá vuelva la mujer que se apeaba a los tacones y los hacía rechinar con orgullo. Quizá vuelva quien saque mil libros para leerlos, y guarde por fin el libro rojo que nada dice porque nada debe decir.
Si vuelve ella, el libro volverá a su lugar, y los zapatos no habrán de esperar más. Hasta entonces hay que esperar a que algo suceda. Pero aquí nunca pasa nada.
Mientras tanto, fuera todo cae. Siempre cae.

lunes, 27 de diciembre de 2010

Navidad

He decidido que Teilnok y yo nos tomemos también unas buenas vacaciones Navideñas. Él se las merece más que nadie, puesto que en nuestras últimas citas lo metía en líos, lo sacaba, lo emborrachaba... y finalmente el lienzo se quedó en blanco, y Teilnok más que mareado y ocioso a la espera de que se me ocurriera qué hacer con él. Pobrecito. Mi inspiración se esfumó con la llegada de la Navidad, y me lo tomé como una señal: VACACIONES. 
Me están viniendo muy bien, porque echo de menos a Teilnok y el constante sonido de mi teclear, pero estoy leyendo muchísimo, y me curto a cada palabra de los maestros. Hoy me he sorprendido narrándome a mí misma en el balcón lo que será de Teilnok cuando llegue a las costas de Sacrificio y ardo en deseos de escribirlo. 
Me brotan ideas a cada instante de silencio, y es porque mi libro está lejos, y mis personajes dentro de mí. Esperaré a que mi correctora esté al 100% y retomaré la escritura con su consejo, que me viene divinamente. Ojalá lo acabe pronto. No hay cosa que más desee que verlo terminado. 
¿Quién adivina cuál será mi propósito de año nuevo?

martes, 21 de diciembre de 2010

Esto promete.

La segunda parte de la novela está en proceso de corrección, y me siento cada vez más orgullosa de ella. Por eso, a cada palabra noto el nivel más alto, y no quiero estropear ningún capítulo. Estoy concentrada a fondo con el desarrollo de la tercera parte que promete ser apasionante. Escribo en mi libreta fragmentos, conversaciones y situaciones que irán colocadas aquí y allá en esta parte, aunque todavía no sé distinguir una idea aproximada de cómo va a quedar. Habrá mucha información que dar, muchas conversaciones profundas, y se introducirán nuevos personajes, que aunque estaban latentes, existían y eran de lo más importante.
La figura de la princesa retomará importancia, y nos servirá de guía para mostrarnos otra visión de las cosas. La reina será más déspota si cabe, y Moali más cruel. Los Perros de la reina camparán ya por la ciudad a sus anchas, reclamando los derechos otorgados por la realeza y sintiéndose ahora parte de un nuevo sistema, que les encanta.
Los Brujos, recluidos en sus casa, estudiarán una forma de hacer frente a la reina Maït, sabiendo que su fortaleza está en su clandestinidad. Y Teilnok... Teilnok se verá envuelto sin saber muy bien cómo en una trama que lo llevará a conocer historias de cientos de años atrás, a reclamar el favor de la reina, y a fundar una asociación revolucionaria de Lobos que pueda hacer frente a los Perros y a sus métodos. Su excursión a la Cúpula Estrellada -emblema de la casa real- cambiará su visión de las cosas definitivamente. Lamento mucho, sinceramente, que el final de esta parte no vaya a favorecerle como debiera.

Ardo en deseos de acabarla y compartirla. Os encantará.

viernes, 17 de diciembre de 2010

Un pequeño aporte.

Tras mi última entrada me planteé pedir segundas opiniones y publicarlas, porque como ya comenté mi opinión no sirve de mucho.
Por esto le pedí a mi correctora que me prestara unas cuantas letras suyas y que escribiera una pequeña reseña. Algo que tuviera que decir. Así lo ha hecho. Espero que sus palabras signifiquen tanto para vosotros como para mí.
"Cuando me pidió que corrigiera sus páginas no pensé en ello como un trabajo, sino en el sueño de todo lector. En serio, ¿quién no ha leído algo y ha querido decirle cuatro cosas a autor? Ojo, no quiero decir con eso que fueran cosas negativas, no nos confundamos.
Pero cuando empecé con la tarea, me di cuenta de que sí que era un trabajo, y además mucho más difícil de lo que parecía en un principio: sustituir nombres, comas, mayúsculas, ponerte en la piel de los personajes, saber si reaccionarían así o no...
Pero todo ello vale la pena cuando se llega a la mejor parte: la de poder comentar lo que lees; un “esto me ha gustado” o “creo que has querido decir esto, pero quizá vendría mejor así”.
Cuando leo el texto terminado (entiéndase por terminado, tras pasar por mi corrección y su aprobación) me siento bien, no solo porque me guste lo que leo, sino porque me siento parte de la obra. En realidad, no he hecho más que criticar, pero una crítica constructiva al fin y al cabo. Y sobre todo, siento que aporto mi granito de arena para que la novela evolucione a algo más serio que un documento de texto en un ordenador (Y en discos duros externos. Y en un pen. Y en un servidor. Y en...) Si algún proyecto se lo merece, es este.
Si el éxito surge como resultado de mezclar esfuerzo, perseverancia y mucho trabajo, pronto estaremos ante uno garantizado. Ahora, solo nos queda esperar.
Saida Herrero Morales"