jueves, 13 de noviembre de 2008

Algo por fín, salió bien. Ya era hora cojones.

Todo sucedió muy rápido en mi cumple. De pronto se me llenó la casa de gente nueva a la que apenas conocía. La serpentina me manchó el suelo, y me gustó. Es muy raro que a mí me satisfaga en lo más mínimo un trozo de suelo sucio, pero lo hizo. En aquella semi fiesta descubrí lo afortunada que soy viviendo con mi pareja. Ver a adolescentes, y a otros que no lo son tanto, disfrutar de una casa y de un sofá que pertenece a gente cercana a ellos, les relaja y les produce un sentimiento de falsa propiedad que no sabría definir bien. Estaban allí conmigo en mi cumple, aunque algunos ni siquera me habían visto más de tres veces, pero estaban. Y eso es más de lo que pueden decir muchos. Que triste suena leerlo, pero que divertido fué.
En esa fiesta me dí cuenta de que gente como Nacho, MªAngels, y Andros merecen la pena. Una partida de cartas con ellos, simplemente es sorprendente y nueva porque te sientes bien a su lado, y confías-sin saber como cojones es posible eso-en que todo va a ir bien. Estás tranquilo porque no esperas que a raiz de esos momentos las cosas salgan mal. Solo por esas sensaciones nuevas, fue genial estar allí con ellos para estar con Momo, que por cierto se mostró extraordinariamente brillante, y creo que disfrutó como la que más.
Todo lo que sucedió fue gracias a que ella me quitó de la cabeza mis gilipolleces de los amigos de alquiler. Gracias a ella, y a aquella noche, muchos pueden dejar de serlo.

viernes, 7 de noviembre de 2008

Quejica por naturaleza

Tengo la cabeza terroríficamente embotellada. Un resfiado hace que parezca un goblin hablando, y para más inri creo que me ha caido encima un teclado de esos de los dibujos. Pensé que si iba a la peluquería todo iba a solucionarse, pero no era así. Ahora tengo un flequillo moraducho y sesenta euros menos. No sé lo que pagaría ahora por un masaje, pero en verdad a nadie le importa. ¿Y sabeis por qué? Porque siempre me pasa algo. Tuve una amiga muy cercana a los doce años que cada vez que me veía en baja forma o cansada, me lo recriminaba. Desde entonces, supongo que aprendí a quejarme solo cuando me duele un poco la cabeza, un poco la pierna, un poco la espalda o un poco la muñeca. Pero cuando no puedo andar bien, tengo una de esas fortísimas migrañas o simplemente me despierto como si me hubiera pasado la noche golpeándo una pared, no digo nada. Solo estoy de mal humor. De muy muy muy mal humor. Cuando vivía con mis padres esas cosas eran poco trascendentales, pero ahora que vivo con mi novio, todo ha alcanzado una nueva dimensión.
Nos solemos levantar sobre las nueve y media. Cuando empieza a sonar la radio el gato se despierta, y oímos como el hurón se rasca en su jaula. Si me levanto y no me apetece decir nada, es una muy mala señal. Esas mañanas trato de mantener mi entorno a mi gusto, y me desquicia cualquier cosa que tocan. Y cuando estoy a punto de quejarme por inexplicables malestares, recuerdo que muchas personas se han marchado de mi vida o han desaparecido, por lo dificil que es vivir a mi lado. Aprieto los dientes, y no pestañeo, no valla a ser que al recuperar la visión ya no encuentre a nadie. Pobrecito mi niño, cuanto me tiene que aguantar.

jueves, 6 de noviembre de 2008

No sé que significa ser lo que quiero ser.

En fin, hoy le toca a Felix de Azúa. Mi compañera de trabajo me habló de él, y se lo agradezco de antemano. Este brillante tío escribió un super libro –sí, sé que he dicho super- titulado “Diccionario de las artes”. Es un jodido regalo para todos aquellos que les gusta empaparse de gente mucho más inteligente que ellos. Yo por mi parte, me sentí frustrada al leer en uno de sus pasajes una frase que dice algo así como que "un verdadero artista no estaría leyendo este libro, estaría trabajando". Entonces me detuve y me puse a escribir incoherencias, pensando que hacía lo que debería hacer. 

Hubo una época en que mi mejor amiga confiaba tanto en mi talento como escritora que constantemente me incitaba a participar en concursos, e iba recogiendo por ahí cosas que yo había escrito. Eran cosas absurdas y sin valor, pero ella las guardaba. En esa época, recuerdo haberme involucrado mucho en mis escritos. Tanto que llegaba a hablar de mis personajes como si fueran uno más, o incluso a pensar lo que hubieran dicho o hecho en ciertas situaciones. Eso extrañamente, me hacía sentir bien.

Hoy día pienso que aquella época de escritos incompletos y absurdos, fueron mi apogeo, y lo pienso por la frase que os he comentado de Azúa. En aquella época yo no me preguntaba si lo hacía mal o bien, ni leía a esa gente más inteligente que yo, simplemente vivía para escribir, y lo hacía por naturaleza. Ahora ya no sé qué es ser escritor, ni tampoco sé qué tienen ellos para manejar bien este arte: ¿Es vivir para ello? ¿Es escribir en todo momento cientos de cosas, por tontas que parezcan, hasta mejorar? ¿O  ser escritor es, por el contrario, pasar por una ardua época de absentismo artístico, aprehendiendo a ser lo que serás siempre?

Realmente, no sé cuando estaré preparada para llamarme escritora. Pero bien cierto es que me siento como una de ellas solo por la calma interior que me recorre el cuerpo, al ver que alguien sonríe cuando lee una parte de mí.

miércoles, 5 de noviembre de 2008

Sigo llamando amigos a aquellos que ya no lo son, y me jode.

Este fin de semana probablemente celebraré mi cumpleaños. Momo, por supuesto, lo ha organizado todo. Y estoy segura de que muchas de las personas que quisiera que viniesen no vendrán. Un año me prepararon una fiesta en la que hubo un gran invitado sorpresa, era Sentandreu, y entonces me di cuenta de lo que podía significar la armoniosa comunión entre algunos de mis círculos de amigos. Y entonces pensé: ¡Coño! Eso nunca va a pasar.
Y era cierto. Ninguno de mis amigos conoce a todos los demás. Porque cada uno de ellos pertenece a esferas muy diferentes de la sociedad. Los conocí aquí y allá. Sentados en una reunión de un grupo musical, saliendo de un supermercado, en una cafetería de una academia de baile, o visitando a una quinceañera embarazada. Y sin saber como, o sabiéndolo demasiado bien, ya no forman parte de mi día a día ninguno de ellos.
En primer lugar un tal Marcos: tres carreras terminadas, intelectual si los hay, y por supuesto… mujeriego. Ahora ya no está.

Un tal Lucas, sobrino del tal Marcos, raro, rebelde y por supuesto… mujeriego. Y ahora ya no está.
Max: Yo creo que sobran todas las demás cualidades, él era entre todos los demás mujeriego. Y ahora ya no está.
Oto. No he encontrado las letras en el teclado para hablar de él, pero de todos modos tampoco está.
Knuckle, poco sociable, irónico, fiel y obviamente, aunque esté en su etapa contemplativa, es un mujeriego. Lo mejor de él es que sigue estando, a pesar de todo. Como Momo, solo que él a más kilometros.

Y Momo que es esa persona que (simplificando) sabe crecer sin agua, y no ahogarse en ella cuando la tiene.
Todo esto lo explico porque hoy, resulta que he conocido a una persona que parece lo suficientemente racional e interesante para ser una fácil victima que puede terminar tomando un café conmigo. Y de pronto piensas: ¿Cómo es? Puede que el día de su cumple me lleve a jugar a un parque, o puede que me lleve al planetario, quizá a un casino, o puede que terminemos cenando en la playa mientras llueve a cántaros. Podré preguntarle tanto, y seguir sabiendo tan poco, que casi me desespera. No se como llegué a trabar amistad con esas personas que tanto me quisieron, o que en pocos casos, me quieren. Y ahora entiendo, mejor que nunca, que jamás podré cenar con todos ellos a la vez. Nunca. Y como duele saber que has perdido esa bonita sensación de sentirlos a todos juntos, y oír sus risas combinadas. Veo a esta nueva persona y pienso que realmente, encaja muy poco con todos los demás, y que nadie tiene nada en común con mis amigos, ni ellos conmigo tampoco. Son seres que chocan, convergen, y en algunos casos mágicos se vuelven uno, para después, tras dolorosas traiciones o percances, dejarte mutilado sin esa parte ajena a tí -y a la vez tuya-, en que te apoyaste. Y ahora sé con certeza que tengo a un amigo en potencia, que puede ser alguien importante para mí, y que la simple posibilidad de estar sin él, aun sin haberle conocido todavía, ya me angustia. He sido reemplazada muchas veces. Y no lo entiendo, porque yo, de los que he perdido, todavía no he podido reemplazar a nadie.
Y en este punto, sin haber releido todavía la mezcla de ideas inconexas que acaban de salir de mí, solo tengo clarísima una cosa: Este fin de semana probablemente celebraré mi cumpleaños. Momo, por supuesto, lo ha organizado todo. Y estoy segura de que muchas de las personas que quisiera que viniesen no vendrán.
Extraed conclusiones de este texto. Yo soy incapaz. Pasad un buen día.

martes, 4 de noviembre de 2008

¿Porque un blog, y por qué yo?

Estoy en crisis. Conseguí junto a Knuck un argumento bastante bueno, que aunque no era de mi gusto, sí cumplía la función que necesitaba: quería escribir para alguien. Y la historia era del gusto de esa persona a la que pretendía divertir con algunas palabrejas. Pero, digamos que yo y la literatura épica no nos llevamos muy bien, de modo que decidí empezar correctamente. Libreta en blanco, y a vomitar ideas… después pongámoslas en orden. Tuve que detenerme pronto. Se me congeló la cabeza y entré en una crisis profesional. ¿Cómo era posible que no supiese provocar mis propias palabras? Entendí hace bien poco, que para ser escritor, hay que aprender a serlo. No basta escudriñar el diccionario. No basta escribir siempre. Hay que escribir bien. Y si cada día escribo para mí, la importancia de esas palabras es insignificante, y siempre sé que lo que escribo está correcto porque entiendo lo que quiero decir, y simplemente lo digo.
Fue con aquel parón cuando entendí que ser escritora, no es saber escribir, sino saber lo que escribes. Se trata de que los demás vean lo que tú ves. Si no puedo hacer eso, es que no se escribir. Por eso un blog. De este modo al escribir aquí, a riesgo de que algunos dementes lo lean, me esfuerzo por plasmar ideas que de otro modo estarían mecidas y a salvo en mi cuaderno personal, entendidas siempre bien por mi mente retorcida. Aquí no soy yo lo que importa, lo realmente importante es que yo crea que entendéis lo que os quiero decir.

domingo, 2 de noviembre de 2008

Historias pasadas

En el segundo comentario de mi primer post, un coleguita mío comenta, así como dejándolo caer, una curiosa palabra sin terminar: Fotoluna...
Sí, la palabra es fotolunática. Fue un año muy dificil, tenía turno de tarde en el instituto, mi mejor amiga iba por la mañana... tuve que adaptarme a horarios nuevos, que resultaron bastante perjudiciales para mi salud. Los turbados pensamientos clásicos de los dieciseis años empezaron a agriarme el caracter, a dificultar mi sociabilidad, y simplemente a hacerme la vida más dificil. Tanto que dejé de dormir. Se me desarrolló un insomnio que los médicos tildaron de crónico, me dieron unas horribles pastillas para dormir, y me sacaron al mundo. Paralelo a eso, en mis ojos, comenzaron también los problemas. Igual era por la pantalla frente a la que me pasaba horas escribiendo esa gran obra maestra, todavía interminada, pero lo que sucedió fue que se me rasgó la retina del ojo derecho, y con el sol, se me agravaba bastante. Me recomendaron protegerme con gafas de sol de calidad, siempre que me doliese lo más mínimo, por si acaso ese rasgado retinal, se convertía en rotura. Llegó un momento que el malestar era tal, que tuve que pedir un justificante escrito para protegerme la vista, incluso en clase. Cierto era que no tenía muchos coleguitas. Pero sin saber como, Navarro, Garay y Sentandreu se convirtieron en mis torturas de 3 a 9 todos los días. Y ahí surgió; del "¿por qué llevas gafas?" al " ah, entiendo... eres fotolunática" solo pasaron un par de segundos. Recuerdo también el haberme ido a Praga con una irreconocible Saida, y frecuentar en compañías de un tal bailarín llamado Max... Solo han pasado 4 años, y la única muestra de que aquello fue real, es una sonrisa que me aparece en la cara cuando veo un pequeño avión de jugete. Fue cortesía de Garay, para que "olvidara" mi miedo a volar. Todo se borra tan rápido... Antes volaba a diario, ahora mis pies están jodidamente clavados en un suelo, siempre demasiado duro, y demasiado frío.

No me averguenza decir que no me gustan los blogs.

Lo dicho... no siento verguenza. Últimamente mi vida ha cambiado bastante, y en mi cabeza las cosas rotan, se elevan, o sencillamente se desvanecen. A mis 19 años he notado a mi alrededor un despliege de posibilidades que quizá debiera de haber sucedido muchos años más adelante. Pero en fin, ahora hay que aceptarlo, y la consecuencia más importante de ese despliege de opciones, me llevó irrevocablemente a una decisión. Por ahora solo espero sea la acertada. Y en fín, aquí estoy, reclamando atención en internet, tratando de llenar algunos vacios que se han creado en mi muro de las lamentaciones.
De acuerdo, no me gusta internet, no quiero escribir un blog si bien sé que me liberará de cierta carga emocional, pero aún así voy a hacerlo.
Y como decía un gran poeta: Despacito y buena letra, que el hacer las cosas bien, importa más que el hacerlas.