sábado, 17 de septiembre de 2011

Lo innato es incontrolable.

Ser escritor es un suplicio constante. Un dulce suplicio con altibajos a cargo de las llamadas musas. Tan pronto no puedes dejar de teclear, como después sólo pensar en ello te produce nauseas. Opino que toda obra cuyo título pueda ser escrito con mayúsculas debe tener varios pasajes sufridos, que hayan costado sudor y lágrimas. Eso es ser escritor: sudar y llorar.
Tecleas. Es un ruido constante, sordo y desquiciante. Pero saca algo de tus entrañas. Una sensatez desconocida que emerge desde una conciencia dormida, hasta llegar a la más brillante revelación. Y pares. Pares letras primero, palabras más tarde y frases después. Y sabes que llegarán a alguna parte, pero no sabes exactamente a donde. Bueno, los más experimentados sí lo saben, porque eso son, expertos, y tienen tanta confianza en su prosa pueden llevarla a donde quieren, no obstante... hay algo que no me diferencia de ellos. Ni a mí, ni a ningún escritor: y es que es cierto que puedes saber a dónde llegar; saber dónde terminará el camino de tus letras. Pero nunca se sabe exactamente cómo llegar ahí. Porque el camino lo hace cada palabra, y las palabras son innatas, y lo innato es incontrolable.
Y así es la prosa de un escritor, incontrolable.
Por eso ser escritor es un suplicio constante. Pero un dulce suplicio con altibajos, que hacen de esta profesión un lugar en el que guarecerse cuando fuera hace frío.
Allí estarás caliente, aunque te acompañe un ruido constante, sordo y desquiciante.

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